El
coste del medio ambiente
Artículo
publicado en DM (Octubre 2001)
Estos
días, y por una serie de circunstancias en las que la
CAEB se ha visto obligada a tener algún protagonismo,
han sido temas de los medios de comunicación las
moratorias urbanísticas, las consecuencias que dichas
moratorias han tenido para el sector de la Construcción
y, en definitiva, las consecuencias que para la actividad
económica, en general, tendrán estas medidas cautelares
y las normas que van a seguir a continuación.
Antes que nada debo advertir que el debate que tiene
planteado nuestra sociedad en torno a los límites al
crecimiento o, como se dice ahora, en torno a la
sostenibilidad de dicho crecimiento, no sólo me parece
positivo, sino muy necesario, incluido que la propia
Administración autonómica participe y sea agente
principal de este debate. La necesidad de reflexionar
acerca de dónde estamos y hacia dónde vamos y la
conciencia generalizada de que, nos guste o nos disguste,
tenemos un territorio que es el que es, es decir, escaso,
son pruebas de madurez y sensibilidad sociales que es
justo ponderar en su real significado.
Sin embargo, conviene hacer algunas matizaciones para
evitar caer en un maniqueísmo del o todo o
nada que falsifica los términos del problema y, lo
que es más preocupante, puede provocar que los remedios
que se proponen resulten peores que la enfermedad que se
pretende curar o prevenir. Es en esta línea que la CAEB
se ha manifestado últimamente con reiteración y esta
filosofía la que ha impregnado las alegaciones que hemos
presentado a las normas cautelares del CIM y del Govern,
así como a la modificación de las Directrices de
Ordenación del territorio. Una reflexión responsable
acerca de la situación que vive nuestra autonomía nos
obliga a formular las siguientes reflexiones:
Primera.- Como afirmación previa, hay que rechazar con
contundencia la idea de que nos aproximamos a un
urbanismo que tiende a la saturación o que, incluso,
estamos al límite de nuestras posibilidades. Esto es
falso y un mal punto de partida para abordar cualquier
política urbanística racional. Baleares, en general,
goza de una envidiable salud medioambiental y
paisajística, con amplios espacios preservados y con una
costa, con algunas lamentables excepciones, en excelente
estado de conservación y presentación. Los desastres
urbanísticos (que existen y que, con frecuencia, han
sido provocados por la propia Administración a través
de su planificación y a través de las sucesivas
moratorias) son puntuales y de todos
conocidos. No puede extenderse esta penosa realidad al
conjunto de las Islas.
Segunda.- Las medidas protectoras del medio ambiente no
pueden ser radicales ni generales en un doble sentido:
por un lado, porque de la misma forma que casi es una
obligación destruir lo que se ha construido mal, en
otros sitios, hay que construir, con todas las cautelas y
requisitos que se deseen, para conservar, ya que sólo
manteniendo dentro del mercado el suelo, sea del tipo que
sea, lo conservaremos; por otro lado, porque cualquier
medida política, urbanística o de otra materia, deberá
siempre ponderar responsablemente su coste medido en
términos sociales y económicos. Parar la Construcción
o reducirla a unos mínimos insignificantes tiene un
coste social y económico que puede resultar
insoportable, no para el sector y para los subsectores
que dependen de la construcción, sino para la sociedad.
Resultando falso y reduccionista este o todo o
nada sin matices, que se muestra incapaz de
analizar inteligentemente los tiempos, así
como el dónde y el cómo, debe
ralentizarse la actividad constructora.
Tercera.- No puede seguir la endémica y salvaje
inseguridad jurídica que padecemos, generada desde la
misma Administración a través de un rosario de
disposiciones (14 en unos años) que se superponen unas a
otras y, con frecuencia, se contradicen. Sin seguridad
jurídica no puede haber actividad económica y sin una
Administración que garantice la estabilidad de las
leyes, su irretroactividad y su cumplimiento, la
economía de mercado deviene imposible. El empresariado
ha de poder planificar su actividad y sus inversiones,
creerse lo que la ley le dice y confiar en sus
gobernantes como garantes de las leyes. Esto, en nuestra
tierra, no ocurre en estos momentos.
Por esto, desde la CAEB, quiero hacer una llamada a la
responsabilidad de quiénes nos gobiernan para que
ponderen sus decisiones, analicen los costes- beneficios
de sus políticas y eviten soluciones tan
discutibles como precipitadas que pueden causar un daño
de muy difícil reparación futura.
JOSEP OLIVER, Presidente de CAEB
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